domingo, 23 de septiembre de 2012

EJERCICIO DE ESCRITURA DESDE LA LECTURA DE CORTÁZAR: "LOS LUNES SON MÁS CLAROS" Autor Anónimo

LOS LUNES SON MAS CLAROS Después de un domingo de tareas y videojuegos, despierto aburrido y un poco torpe, y aun recordando mí sueño de acantilado (cuando siento que caigo de una gran altura) y ciencia ficción. Duermo 9 horas y me levanto a las 9, hago mis deberes de la mañana y me alisto para un lunes más del año. Salgo de mi casa a las 12:26 y me encuentro con un clima templado y sin problemas. En el momento en que me acerco a las inmediaciones del colegio, tengo una extraña sensación de ser observado. Mientras camino con mis tenis venus blancos hechos en Colombia (eran más duraderos los hechos en Ecuador), empiezo a notar la tranquilidad, felicidad y otros atributos de los jóvenes cada que me acerco a la institución. Como es normal en las salidas de un colegio encuentro grupos de estudiantes y algunos ex alumnos que pareciera no querer olvidar su colegio y armar planes con compañeros repitentes. Aun no habrían las puertas del colegio, creo que yo era el primero de mis amigos en llegar, así que decidí sentarme solo en el borde del andén fuera del colegio. Con la tranquilidad que casi siempre me caracteriza (además con lo aburrido que es estar solo en un andén rodeado de estudiantes desconocidos), empecé a detallar a mi alrededor por lo menos una docena de grupos de estudiantes (casi siempre integrados de 3 a 6 estudiantes). A mi izquierda, también sentados en el andén, notaba un grupo de el otro decimo y a veces un colado de otro curso, descubrí en la mirada de uno de ellos algo de travesura mientras los otros hablaban entre ellos. A mi izquierda, a unos 15 metros pero acercándose note como se acercaba el grupo de cuatro niñas de noveno. A una de ellas por alguna razón no podía evitar verla mientras ella hablaba alegremente con una de sus amigas. Por alguna razón del destino ella giro unos 30° su cabeza hacia mí y yo trato rápidamente de hacerme el desentendido. Minutos después veo uno a uno llegar a algunos profesores como a Adriana (últimamente amigable) que entra al colegio, después Malpic con su risa contagiosa por ultimo entro al colegio la amabilidad, tranquilidad y paz que caracteriza a los profesores de humanidades. También se empiezan a acercar mis compañeros de curso y como es usual se empiezan a preocupar cuando hablamos de las tareas que se les olvidan (la verdad y aunque algunos profesores no crean a uno se le olvidan las tareas, al menos las que no copio en el cuaderno o escribo en hojas antes de la última hoja escrita), algunos se calman después de que alguien llega con la tarea y la copia antes de que llegue el profesor. Después se cambia el tema y se a hablar de futbol y otros temas de jóvenes. Después abren la puerta y lentamente van ingresando los estudiantes. Luego veo a la niña de noveno vestida con su sudadera e intento entrar antes o después de ella (no sé porque, no intento entrar al tiempo o cerca de ella), luego llega ese momento en la puerta en el que cada uno va por su lado y se dirige rápidamente a su salón y tal vez no nos veamos hasta el descanso o a la salida, a veces no la veo el otro día. Aunque a veces entre cambio de clases la veo rápidamente pasar por el patio o quedarse unos pocos segundos en los finales del pasillo del segundo piso donde ella se encuentra. Inician las dos primeras horas de clase de español, trato de concentrarme en la clase y dejar de pensar en aquella estudiante, llega la profesora con sus libros e inicia la clase, clase que me gusta ya que prefiero las clases tranquilas y educativas. En mi curso por lo general se respira un aire de alegría y compañerismo. Siempre intento poner cuidado y hablar poco cada que la profesora enseña algo, lo cual siempre funciona, al menos en español, la profe deja una actividad para finalizar la clase y cuando me dispongo a realizar el último punto escucho el timbre, pero con la actividad casi por terminar no le puse cuidado y me dispuse a escribir más rápido, cuando termino, alcanzo a la profesora ya cuando iba en el último salón hacia la derecha, pero me dice con afán que califica la próxima clase, vuelvo a mi salón (al menos con la satisfacción de haber completado la actividad), y en el camino me encuentro con los estudiantes que salen de los salones (no sé si a chismosear, tomar aire, ir al baño o alguna razón que desconozca, tal vez). A la tercera hora debíamos bajar al salón de danzas (la clase más fácil del día), solamente debía moverme como lo hacía la profesora o los compañeros de la fila de adelante, no me gusta mucho la clase solo porque en el salón predomina el sexo masculino. Cuando la profesora sale prefiero estudiar para la evaluación de filosofía que hacer siempre los mismos pasos. La clase se acaba rápidamente y vamos en busca del refrigerio, cuando llegamos con la canasta pareciera que lleváramos las respuestas de las evaluaciones o algún tesoro, devolvemos la rápidamente desocupada canasta y salimos a descanso, pero como todos sabemos más tarda uno en bajar al patio que el tiempo de receso que da el colegio (en la mañana en cambio tiene dos descansos). El descanso apenas alcanza para comprar algo de comer (la cafetería siempre esta abarrotada y siempre tardo en comprar algo), cuando salgo de ahí veo a la niña morenita y de pelo negro de noveno, ella no me cruza ni un segundo la mirada y no sé si sabe que existo o simplemente sabe que la miro y me ignora. Cuando dispongo a sentarme en una de las pocas sillas, el timbre se pronuncia anunciando la llegada de la cuarta hora de clase, hora de filosofía. Me veo obligado a comerme el sándwich y tomarme la gaseosa, mientras subo las escaleras llenas de estudiantes hasta el último piso y entro al salón. Trato de comer tranquilamente en el salón pero siempre llegan compañeros y prácticamente me dejan sin gaseosa. Cuando toca filosofía llego a recoger los papeles cerca de mi puesto y alinear la fila. Salgo después a tomar un poco de aire mientras llega el profesor, mientras tanto bromeamos con los compañeros que están afuera. A la distancia se empieza a asomar el risueño y pasado de kilos profesor de filosofía con su maletín, bata, collar con cruz y su caminar lento hacia el salón. El monitor de filosofía siempre trata de retrasar al profesor para ganar unos minutos, para repasar y recordar lo que se nos esté olvidando. El profesor rápidamente reparte la evaluación y se dispone a escuchar música en el celular (el cual aprovecha para lucir cada que puede). Empiezo a leer las preguntas de Aristóteles, Platón, Demócrito, Descartes y como siempre las últimas tres preguntas son las más difíciles. Seguro de mis conocimientos marco las últimas tres al azar. El profesor les anula la evaluación a dos estudiantes, a uno le vi el brazo izquierdo con algunas palabras. El profesor finaliza la evaluación y rápidamente las califica con un papel que previamente había hecho, las va entregando con un circulo de compañeros a su alrededor (chismoseando o con afán de saber cuál es su nota). Como es habitual en el salón muy pocos estaban preocupados por haberse tirado la evaluación. Llega rápidamente con el timbre la penúltima hora de clase que es ética, la profesora habla su carreta de drogas y algunos de mis compañeros estaban atentos a la profesora (no tanto a lo que dice). Termina ética y por fin la tan anhelada ultima hora y no era precisamente porque nos tocara matemáticas ni porque nos tocara con nuestra directora de curso. Como siempre los estudiantes de años de la profe bromean y charlan con ella y la profesora siempre atenta de nosotros nos pregunta y posteriormente regaña por la evaluación de filosofía y después de ya casi pasada media hora de clase explica cómo usar el teorema del coseno y con alegría disimulada suena el timbre y salimos a la casa. A la salida acompañamos a un compañero a coger el bus (no tan demorado los lunes) y nos acordamos mutuamente de las tareas del martes. Cuando coge el bus yo tranquilamente y con rapidez voy a mi casa mientras el viento de la noche llega justo en dirección contraria a la que yo camino.

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martes, 4 de septiembre de 2012

Ensayo: Las relaciones humanas en un mundo impersonal

Las relaciones humanas en un mundo impersonal Diana M. Lozano Prat. Las relaciones humanas sucumben hoy a las nuevas formas de interactuar debido a la mediación de las nuevas tecnologías de la información. Pero, aunque estas herramientas cada vez más sofisticadas contribuyen a la despersonalización, podría decirse que no dejan de ser solo eso: “herramientas” de un poder que más allá de ellas se constituye en el verdadero gestor de este fenómeno desde tiempo atrás. El mundo de hoy está pensado en términos de costo – beneficio, es decir, aquello que no aporta una ganancia o es poco rentable, no es en realidad valorado en la medida en que no conduce a la obtención de un lucro y por ende, es desechado. De hecho, le hemos otorgado a conceptos como el tiempo un valor mercantilista, así como lo reza el viejo adagio: time is Money. No es de extrañar que actuemos así cuando los medios de comunicación y la publicidad se encargan de recordarnos cómo debemos vestir, lucir y vivir para estar en concordancia con las exigencias de la sociedad actual. Se trata de obtener cada vez más para sostener un aparato que se yergue en la satisfacción de consumir. Todo esto está impulsado por el poder hegemónico y la ideología imperante que promueven el individualismo con la falsa idea de la independencia y libertad de las personas. En realidad, cuando se está condicionado de la manera en que lo estamos no se puede hablar de una verdadera libertad, a menos que hagamos un esfuerzo consciente y juicioso por analizar las fuerzas que movilizan a la opinión pública y a la voluntad de la “masa”. El filósofo argentino José P. Feinmman llama a este fenómeno “el espectáculo de la pavada”, (1) según el cual vivimos a través de lo que vemos en los medios de comunicación; sufrimos con las estrellas de las novelas del momento; nos realizamos en ellas, nos decepcionamos y nos divertimos gracias a ellas y al mismo tiempo dejamos que quienes manejan dichos medios decidan por nosotros. No tenemos “vida propia” porque simplemente no hay tiempo. El aparato de producción y las exigencias del mundo consumista no nos lo permiten. Nuestras relaciones están inevitablemente mediadas por esta concepción individualista y mercantil y es por ello que, en la medida en que un individuo puede verse beneficiado por las relaciones que entabla las conservará, de lo contrario las descartará o simplemente las mantendrá en un distante contacto. Un ejemplo plausible de ello son las redes sociales en las que las personas mantienen contacto de manera superficial y su relación con la mayoría de sus “amigos” se limita a fríos y esporádicos mensajes. Sin embargo, estamos ante una gran contradicción, la cual se puede advertir cuando se crean paliativos como Facebook, entre otros, y llegan a tener el innegable éxito que han tenido. El ser humano tiene la necesidad intrínseca de relacionarse, de pertenecer, como lo afirma Eduardo Punset en su Viaje al optimismo: “Los humanos necesitan pertenecer a algún sitio, a un colectivo social, a una manada, les da igual; lo importante es pertenecer”. Pero esto se ha ignorado: “Durante muchos años, no sólo no nos hemos ocupado de la soledad, sino que la enaltecemos” y nos recuerda: “No sabíamos casi nada del cerebro, no teníamos ni idea de que no se podía aprender sin el cerebro de los demás” (Punset, 2011, p. 151) Es entonces interesante pensar en el tipo de relaciones en las que el contacto personal está prácticamente excluido y, como lo afirma el investigador de ciencia electrónica y computación de la Universidad de Southampton, Kieron O ‘Hará: “La comunicación se efectúa con representaciones tecnológicas de nosotros mismos”. La pregunta frente a tal afirmación es: sí al comunicarnos virtualmente somos “representaciones tecnológicas”, ¿Se puede decir que en verdad nos relacionamos cuando apelamos a dichos medios para hacerlo? Y si a esto sumamos el hecho según el cual la mayoría de nosotros entiende las relaciones en términos del beneficio que estas nos pueden aportar, como bien lo puntualiza Erich Fromm: “El hombre moderno se ha transformado en un artículo; experimenta su energía vital como una inversión en la que debe obtener el máximo beneficio, teniendo en cuenta su posición y la situación en el mercado de la personalidad.” (Fromm, El arte de amar, p. 103). Podríamos entonces afirmar que si bien la relaciones continuarán existiendo, su naturaleza y la esencia de las mismas habrán cambiado notablemente, partiendo del hecho de que no están fundadas en la idea de que son un fin en sí mismas, sino un medio al servicio del sistema imperante. Cambiar la percepción que nos hemos formado de las relaciones humanas parece un reto que está fuera de nuestro alcance. Estamos demasiado ensimismados y, siguiendo a William Ospina: “Lo peor es que cada vez nos miramos menos los unos a los otros porque esos cubos de cristal vertiginosos de imágenes son más interesantes y a la vez no exigen de nosotros más que docilidad y pasividad.” Y aunque pesimista esta afirmación conlleva quizás una utópica salida a tal aletargamiento: “Los libros le hacían exigencias a nuestra imaginación, estaban hechos para seres creadores: las artes de la técnica contemporánea sólo saturan y pasman. Por eso puede irrumpir en ellas a cada minuto el fantasma bellísimo, la serpiente del gran capital con la jugosa manzana en la boca…”. (Ospina, El canto de las sirenas, 1994) Y aunque posturas como estas entrañan un rechazo fundamental no a las tecnologías como tal, sino a aquello que media entre ellas y nosotros, podemos afirmar también que estamos frente a un fenómeno que no vislumbra un cambio por lo menos a corto plazo, lo cual nos lleva a reflexionar sobre la gran responsabilidad que implica el uso de los medios y las tecnologías de la información y la comunicación en nuestra sociedad. Si bien será cada vez más difícil volver a los tan anhelados libros y a las charlas cálidas y extensas alrededor de una buena taza de café, quizá porque por suerte nos tocó vivir en este acelerado mundo actual, tal vez sí podemos pensar en utilizar las herramientas que tenemos y no que ellas nos usen a nosotros, podemos sentar nuestra postura frente a lo que implica su uso más allá del utilitarismo mercantil: humanizándolas. Bibliografía 1. Feinman, J.P. ( 2009) Filosofía Aquí y Ahora. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=tdmu6lkuol0

martes, 14 de agosto de 2012

ESTRATEGIAS PARA CREAR PERSONAJES

http://www.youtube.com/watch?v=W_kaXEBRM3o