martes, 4 de septiembre de 2012

Ensayo: Las relaciones humanas en un mundo impersonal

Las relaciones humanas en un mundo impersonal Diana M. Lozano Prat. Las relaciones humanas sucumben hoy a las nuevas formas de interactuar debido a la mediación de las nuevas tecnologías de la información. Pero, aunque estas herramientas cada vez más sofisticadas contribuyen a la despersonalización, podría decirse que no dejan de ser solo eso: “herramientas” de un poder que más allá de ellas se constituye en el verdadero gestor de este fenómeno desde tiempo atrás. El mundo de hoy está pensado en términos de costo – beneficio, es decir, aquello que no aporta una ganancia o es poco rentable, no es en realidad valorado en la medida en que no conduce a la obtención de un lucro y por ende, es desechado. De hecho, le hemos otorgado a conceptos como el tiempo un valor mercantilista, así como lo reza el viejo adagio: time is Money. No es de extrañar que actuemos así cuando los medios de comunicación y la publicidad se encargan de recordarnos cómo debemos vestir, lucir y vivir para estar en concordancia con las exigencias de la sociedad actual. Se trata de obtener cada vez más para sostener un aparato que se yergue en la satisfacción de consumir. Todo esto está impulsado por el poder hegemónico y la ideología imperante que promueven el individualismo con la falsa idea de la independencia y libertad de las personas. En realidad, cuando se está condicionado de la manera en que lo estamos no se puede hablar de una verdadera libertad, a menos que hagamos un esfuerzo consciente y juicioso por analizar las fuerzas que movilizan a la opinión pública y a la voluntad de la “masa”. El filósofo argentino José P. Feinmman llama a este fenómeno “el espectáculo de la pavada”, (1) según el cual vivimos a través de lo que vemos en los medios de comunicación; sufrimos con las estrellas de las novelas del momento; nos realizamos en ellas, nos decepcionamos y nos divertimos gracias a ellas y al mismo tiempo dejamos que quienes manejan dichos medios decidan por nosotros. No tenemos “vida propia” porque simplemente no hay tiempo. El aparato de producción y las exigencias del mundo consumista no nos lo permiten. Nuestras relaciones están inevitablemente mediadas por esta concepción individualista y mercantil y es por ello que, en la medida en que un individuo puede verse beneficiado por las relaciones que entabla las conservará, de lo contrario las descartará o simplemente las mantendrá en un distante contacto. Un ejemplo plausible de ello son las redes sociales en las que las personas mantienen contacto de manera superficial y su relación con la mayoría de sus “amigos” se limita a fríos y esporádicos mensajes. Sin embargo, estamos ante una gran contradicción, la cual se puede advertir cuando se crean paliativos como Facebook, entre otros, y llegan a tener el innegable éxito que han tenido. El ser humano tiene la necesidad intrínseca de relacionarse, de pertenecer, como lo afirma Eduardo Punset en su Viaje al optimismo: “Los humanos necesitan pertenecer a algún sitio, a un colectivo social, a una manada, les da igual; lo importante es pertenecer”. Pero esto se ha ignorado: “Durante muchos años, no sólo no nos hemos ocupado de la soledad, sino que la enaltecemos” y nos recuerda: “No sabíamos casi nada del cerebro, no teníamos ni idea de que no se podía aprender sin el cerebro de los demás” (Punset, 2011, p. 151) Es entonces interesante pensar en el tipo de relaciones en las que el contacto personal está prácticamente excluido y, como lo afirma el investigador de ciencia electrónica y computación de la Universidad de Southampton, Kieron O ‘Hará: “La comunicación se efectúa con representaciones tecnológicas de nosotros mismos”. La pregunta frente a tal afirmación es: sí al comunicarnos virtualmente somos “representaciones tecnológicas”, ¿Se puede decir que en verdad nos relacionamos cuando apelamos a dichos medios para hacerlo? Y si a esto sumamos el hecho según el cual la mayoría de nosotros entiende las relaciones en términos del beneficio que estas nos pueden aportar, como bien lo puntualiza Erich Fromm: “El hombre moderno se ha transformado en un artículo; experimenta su energía vital como una inversión en la que debe obtener el máximo beneficio, teniendo en cuenta su posición y la situación en el mercado de la personalidad.” (Fromm, El arte de amar, p. 103). Podríamos entonces afirmar que si bien la relaciones continuarán existiendo, su naturaleza y la esencia de las mismas habrán cambiado notablemente, partiendo del hecho de que no están fundadas en la idea de que son un fin en sí mismas, sino un medio al servicio del sistema imperante. Cambiar la percepción que nos hemos formado de las relaciones humanas parece un reto que está fuera de nuestro alcance. Estamos demasiado ensimismados y, siguiendo a William Ospina: “Lo peor es que cada vez nos miramos menos los unos a los otros porque esos cubos de cristal vertiginosos de imágenes son más interesantes y a la vez no exigen de nosotros más que docilidad y pasividad.” Y aunque pesimista esta afirmación conlleva quizás una utópica salida a tal aletargamiento: “Los libros le hacían exigencias a nuestra imaginación, estaban hechos para seres creadores: las artes de la técnica contemporánea sólo saturan y pasman. Por eso puede irrumpir en ellas a cada minuto el fantasma bellísimo, la serpiente del gran capital con la jugosa manzana en la boca…”. (Ospina, El canto de las sirenas, 1994) Y aunque posturas como estas entrañan un rechazo fundamental no a las tecnologías como tal, sino a aquello que media entre ellas y nosotros, podemos afirmar también que estamos frente a un fenómeno que no vislumbra un cambio por lo menos a corto plazo, lo cual nos lleva a reflexionar sobre la gran responsabilidad que implica el uso de los medios y las tecnologías de la información y la comunicación en nuestra sociedad. Si bien será cada vez más difícil volver a los tan anhelados libros y a las charlas cálidas y extensas alrededor de una buena taza de café, quizá porque por suerte nos tocó vivir en este acelerado mundo actual, tal vez sí podemos pensar en utilizar las herramientas que tenemos y no que ellas nos usen a nosotros, podemos sentar nuestra postura frente a lo que implica su uso más allá del utilitarismo mercantil: humanizándolas. Bibliografía 1. Feinman, J.P. ( 2009) Filosofía Aquí y Ahora. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=tdmu6lkuol0

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